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domingo, 11 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)
































Morgan, llamémoslo así, porque el nombre era un secreto que sólo Lila conocía y el secreto estaba ahí, en el nombre, era el amigo de Miguel. Se instaló aquella noche en el bar de Pirata, y casi no habló. Hay experiencias que son iniciáticas, aunque todo el mundo no se dé cuenta cuando las está viviendo, son experiencias que llevan hasta el umbral y a veces lo traspasan, y haber conocido a Morgan esa noche, era para Lila una de esas experiencias. ¿Percepción inconsciente? Algún psicólogo, tal vez Rosa Té, podría decir eso, porque la conocía a Lila y sabía que Lila podía tener en una primera impresión la radiografía de alguien con sólo verlo y conversar dos palabras. ¿Fantasma del porvenir? Morgan venía del mar, de navegar, dijo. Estaba despeinado, la piel enrojecida por el sol, y un aspecto juvenil aunque ya no era un nene y tal vez misterioso. - Nos conocemos desde hace más de veinte años, dijo Miguel. Y a Lila le extrañó que jamás se lo hubiera presentado antes. Hay ciertos egoísmos entre los amigos, como mezquinar o tal vez ocultar a los otros amigos y nunca presentarlos. Nunca antes Lila había comprendido hasta tal punto la magia de los ojos ¿o sí?. En la mirada de Morgan percibió algo, inasible, secreto, tal vez.
Se sintió incómoda en la mesa. Los otros amigos de Miguel, el hombre y la mujer con anteojos flúo verdes él y rojos la mujer, hablaban en una jerga casi incomprensible para ella, alejada ahora del mundo de las galerías del arte. Nombraban a personas que jamás había visto en su vida, nuevas instalaciones, muestras raras donde se podía exponer una taza junto a un zapato, los últimos chismes del ambiente. Lila no sabía si era eso, o quería estar lejos de la gente con la que uno mantiene trato sin saber por qué, o la insistente mirada de Morgan posada sobre sus ojos , o tal vez su casi silenciosa presencia en la mesa, o tal vez la súbita frialdad de Miguel hasta hacía pocos minutos, hasta la llegada de Morgan, elocuente y cálido, pero le dieron ganas de irse. Ya era bastante tarde. - No te molestes, pidió a Miguel, puedo irme sola a casa, son dos cuadras, nada más. Habían terminado de comer y Lila se despidió de Miguel, de la pareja que lo acompañaba y del extraño que había conocido esa noche.
Tuvo ganas de chapotear por la orilla del mar, a lo lejos se escuchaban los cantos de algunos, tal vez oraciones a algún Orixá.








(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

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